jueves, 22 de noviembre de 2012

Amour (2012), de Michael Haneke

Georges (Jean-Louis Trintignant) y Anne (Emmanuelle Riva) viven en el retiro desde hace años. Al parecer fueron eruditos maestros de música en algún momento, a juzgar por la gran cantidad de libros y el enorme piano de cola que duerme en su departamento, y también porque uno de sus discípulos ha comenzado a tener gran éxito en los mejores escenarios europeos. Tienen rutinas ya muy establecidas y, por lo que se ve, se llevan todo lo bien que se puede llevar una pareja de ancianos que ha estado junta durante muchas décadas. Pero se sabe que la vejez es la antesala de la muerte, y que ésta ronda con distintos rostros, casi todos ellos con nombres de enfermedades. Y así sucede con Anne, que en cierto momento sufre un ataque cuyas secuelas se irán presentando cada vez con mayor frecuencia, hasta que una fea parálisis le inutiliza todo el costado derecho. Eso pondrá a prueba no sólo a su propio cuerpo y sus ganas de vivir, sino al amor de Georges, ya que ella no quiere volver jamás a un hospital, con lo que en adelante tendrá que ser atendida sólo por su marido y por una enfermera. Y por supuesto, no será fácil. Los imprevistos cambios de humor que suelen afectar a los enfermos terminales caen sin cesar sobre los hombros de Georges, que sin embargo lo soporta todo con un estoicismo aderezado con ternura y un punzante humor negro. Él sabe que la enfermedad de Anne sólo podrá culminar con la muerte. Pero eso no lo asusta. Esa es quizás la mayor ventaja de la vejez: ya casi nada te asusta cuando estás en el último tramo de tu vida. Sin embargo, con el paso de los días el estado de Anne va de mal en peor. Y la visita de Eva (Isabelle Huppert), su hija, no ayuda gran cosa. Si por ella fuera, su madre iría a un hospital y así evitaría la deprimente vista de sus padecimientos en casa. Y además, los cuestionamientos a su padre, como si fuera fácil ponerse en sus zapatos y arreglarlo todo en un santiamén. Y es que, pensemos un poco: no debe ser muy sencillo tener alrededor de ochenta años y fungir como abnegado enfermero de tu propia esposa. La rutina, tan cara a los viejos, será cosa del pasado. Ahora hay que estar pendiente de que Anne no se caiga de la cama, de que esté limpia y confortable, de que se alimente correctamente, de tranquilizarla cuando se sumerge en una vorágine de dolor; en fin, de que su tránsito al otro mundo sea lo más tranquilo posible. Sin embargo, la carga será cada vez más pesada para Georges y entonces tomará una decisión polémica, violenta, inapelable, nacida de la desesperación, de la piedad, y por supuesto, del amor, y después de “prepararlo todo”, seguirá a Anne hacia un lugar del que nunca tendremos noticia… Amour, una más de Michael Haneke, llena de sensaciones conocidas, incluso predecible hasta cierto punto. ¿Había visto o leído ya esa historia? Me he quebrado la cabeza intentando saber dónde. Pero no, no sé, lo que me lleva a una sospecha: Amour es predecible porque es una historia que muchos hemos vivido muy de cerca, o que tendremos que vivir en algún momento: el abnegado cuidado a un ser querido que se dirige inexorablemente hacia la muerte, las batallas que eso conlleva, las dudas metafísicas, éticas. Quizás la decisión de Georges es la encarnación de un deseo inconfesable que muchos tenemos en ese momento, y por ello resulta tan conmovedor y terrible. Amour es una historia arquetípica, de esas que se conocen desde el principio de la humanidad y que se vuelven símbolos debido a la intensa carga emocional que invade a los protagonistas. Riva y Trintignant, ambos soberbios en sus roles, ambos conducidos magistralmente por Haneke por un escenario limitado –un departamento–, pero cuyos espacios iremos descubriendo poco a poco, parsimoniosamente, a veces con una iluminación risueña, a veces oscuros y grises igual que la melancolía, como si la cámara estuviera empeñada en mostrarlo todo como parte de la personalidad de los ancianos, de lo que van viviendo o quizás pensando. Amour es una nueva cumbre, aunque no estoy seguro de que sea la más alta, en la carrera cinematográfica de Michael Haneke, si bien eso no fue impedimento para conseguir nuevamente la Palma de Oro en el festival de Cannes de 2012…