domingo, 24 de junio de 2012

Carnage (2011), de Roman Polanski


Tras una riña de dos chicos preadolescentes –uno de ellos le da con un palo en la cara al otro– dos parejas de padres de familia se reúnen para tratar de "conciliar" el problema de los chicos a través del diálogo y las soluciones sensatas. Sin embargo, las dos parejas, en un principio civilizadas y conciliadoras, poco a poco comienzan a caer en un juego infantil de descalificaciones mutuas, en las que salen a relucir tanto sus vidas privadas, sus manías personales y laborales, así como los problemas maritales de cada una.

¿Y hay algo más que decir de la cinta de Polanski después de lo anterior? Sí. Porque Carnage (que en México tiene el feo y anticlimático nombre de ¿Sabes quién viene?) es además un experimento muy cercano a lo teatral, producto de la idea orginal de Yasmina Reza, en cuya obra teatral Le dieu du carnage (2007) está basado el guión del filme: no hay más escenario que el interior de un departamento (bueno, también el pasillo que lleva al ascensor del condominio y las únicas dos escenas en exteriores que protagonizan los chicos), por lo que para un desavisado, la película podría ser demasiado pobre o monótona visualmente. 

Nada más lejos de la realidad. Ante la escasez de recursos es cuando tendrían que salir a relucir las verdaderas dotes actorales, cosa que en efecto sucede en Carnage. Tanto Kate Winslet y Christoph Waltz por un lado, como Jodie Foster y John C. Reilly por el otro, dan una cátedra de actuación bajo la tonalidad de un humor ácido. Y todo con una continuidad «en tiempo real» de la historia, sin pausas episódicas o reflexivas. El filme avanza como un expreso hacia un final galopante: los inicios perfectamente civilizados, según dictan los cánones occidentales, la búsqueda de soluciones racionales, la exquisita y fría cortesía entre dos clases sociales lejanas, azucarada hasta la náusea; y entonces los relámpagos de intolerancia, el desbarrancamiento hacia los odios y los prejuicios, la «carnicería» verbal, los insultos catapultados por el alcohol y la sangre cada vez más hirviente...

Nada de aburrimiento, señores. Polanski no da tiempo siquiera para pensar en ello. Casi de inmediato vienen las risas corrosivas y alguna carcajada malintencionada sembrada cada tanto como una mina. Una película para disfrutar maliciosamente, para revisitar cada tanto y volver a reír, y para también, empezar a aprender.