viernes, 13 de abril de 2012

Shame, de Steve McQueen


Brandon (Michael Fassbender) es un irlandés que vive en Nueva York. Es un tanto tímido cuando está entre sus compañeros de la oficina, pero al mismo tiempo padece de una frenética adicción al sexo, al grado de que consume pornografía en todo momento y en todas sus modalidades: Internet, revistas, videos… lo que ha contribuido a que su computadora esté totalmente infectada de virus. Por supuesto, con todo ese material a su disposición, se masturba a cada rato, pero al no ser suficiente el onanismo para saciar esa ansia desbocada, contrata prostitutas, flirtea con mujeres en el metro, en bares, en su propio edificio, en su oficina. En fin, una vida que se acerca más a la melancolía que al glamour.

Y cuando parece que su cotidianidad discurrirá invariablemente en el mismo tenor, de pronto aparece Sissy (Carey Mulligan), su hermana, quien le pide que la aloje en su departamento durante unos días, cosa no muy grata para las aficiones privadas de Brandon. Y es que es una mujer que, aunque bella, padece de una incurable tendencia a la autodestrucción, lo que la lleva a practicar el sexo, al igual que su hermano, como una especie de vía de escape de su monotonía. Así, la cuidada soledad de Brandon se verá perturbada por las actitudes poco maduras de Sissy, quien incluso llega a tener sexo con el jefe de Brandon, lo cual terminará por desquiciar su rutina.

Con el paso de los días, Brandon tendrá cada vez menos paciencia con las costumbres poco higiénicas de Sissy, pero en especial con las involuntarias intromisiones en su privacidad, hasta que, no aguantando más, la echará de su apartamento. Entonces Brandon se entregará a una furibunda y desamparada lubricidad, mientras que, paralelamente, Sissy hará gala de su instinto de autodestrucción, lo que llevará todo a un clímax de atmósferas densas, corrompidas y fatales.

En Shame (2011), su segundo largometraje después de la deslumbrante Hunger (2008), Steve McQueen se muestra ya como un director con un sello particular. Las tomas de largo aliento en ángulos poco comunes, la intensidad que parece adquirir una velocidad frenética conforme la historia avanza, el delicado jugo que sabe exprimir a sus actores protagónicos (destaca la predilección por un tipo camaleónico como Fassbender) y la exploración minuciosa de los hilos conductores –en este caso la adicción al sexo, tanto de un hombre como quizás de toda una sociedad, la soledad que resulta de ello, y tal vez la incapacidad de escapar del individualismo hacia una vida compartida– hacen de ésta una película imperdible que, si bien carece de la fuerza arrolladora de Hunger, será indispensable a la hora de evaluar la trayectoria tanto de McQueen como del propio Fassbender.