martes, 31 de enero de 2012

Melancolía (Melancholia, 2011) de Lars von Trier


Prelude by Richard Wagner on Grooveshark

Un planeta al que los científicos han llamado Melancolía se acerca rápidamente a la Tierra después de haber hecho una trayectoria que lo ocultaba detrás del Sol. Eso podría significar un cataclismo que marcaría el fin de la existencia humana. Pero no así para John (Kiefer Sutherland) –un astrónomo dueño de una ostentosa mansión cuyos terrenos incluyen los 18 hoyos de un campo de golf–, quien está seguro de que el planeta sólo pasará cerca de la Tierra brindando un espectáculo astronómico inigualable, y que la consecuencia más grave serán algunos disturbios electromagnéticos que se resolverán con cierta facilidad. Sin embargo, el paso de los días mostrará una realidad diferente: la humanidad tiene las horas contadas y la vista cada vez más cercana y embriagadora del planeta, llevará a dos hermanas a una vesánica introspección de sus propios miedos.

El filme está dividido en dos partes, en las que seguiremos los pasos de Justine (Kirsten Dunst) y Claire (Charlotte Gainsbourg), totalmente distintas no solo en la apariencia física (es notable el contraste entre la luminosidad de Justine y la oscuridad de Claire), sino en la manera en que cada una afrontará su destino. Las perspectivas oscilarán desde la depresión hacia el estoicismo, y del autoengaño hacia el bamboleo bipolar entre la desesperanza y la resignación.

Justine. Está a punto de tener la boda de sus sueños, o al menos ésa que sueñan tener todas aquellas mujeres que se ven a sí mismas presidiendo una hermosa ceremonia en una mansión de ensueño junto a un lago. Sin embargo, cuando llegan ella y su prometido Michael (Alexander Skarsgård) a la mansión de Claire y John, algo le llama la atención en el firmamento: la rojiza Antares, la estrella más brillante de la constelación de Escorpio, la cual le dejará una sensación inquietante. Conforme avanzan las horas y la carga de la felicidad tan melosamente fingida comienza a hacerse insoportable, Justine irá desvelando algunas falsedades de su vida, con lo que terminará arruinando el festejo, ayudada por el hervidero de pasiones rastreras de algunos de los invitados: la rotunda misantropía de su propia madre, la avidez “profesional” de su exjefe, el amor furtivo con un desconocido, la incurable estulticia de Michael, la bufonería de su padre, las pretensiones perfeccionistas de John y Claire, y la clara vislumbre de algo oscuro que subyace en los cimientos mismos de su existencia. Los días siguientes a la boda fallida estarán llenos de una abulia espiritual y del protagonismo de un fenómeno astronómico que rebasará toda comprensión y que al mismo tiempo será una alegoría de la tormenta interior de Justine: Antares en algún momento desaparecerá del cielo gracias a un planeta negro que la ocultará de la vista y que, después de ocultarse él mismo detrás del Sol, poco a poco se convertirá en un enorme planeta azul... Y en la certeza de un cataclísmico y liberador punto final que abarcará no sólo la vida de Justine, sino la de todos los seres que habitan en la Tierra.

Claire. Es la esposa de John, un astrónomo adinerado que ostenta todas esas «verdades» que la ciencia prodiga sin rubor, entre las cuales se incluyen los cálculos erróneos de la trayectoria del planeta Melancolía, el cual, asegura, sólo pasará cerca de la Tierra y después se adentrará en las profundidades del espacio para no volver jamás. Y de hecho, esas verdades y ese dinero servirán para que Claire viva con su hijo Leo (Cameron Spurr) en una burbuja que apenas se roza con el resto del mundo, una burbuja en donde todo es perfecto y de acuerdo con las normas de esa esfera social a la que pertenece. A pesar de haber financiado y organizado la boda soñada de su hermana, todo saldrá mal, y no sólo eso, sino que además Justine se verá invadida por una gran depresión, con lo cual Claire hará todo lo que está en sus manos para devolverla al cauce de la razón. Sin embargo, en esa cotidianidad en la que aparenta tener todos los hilos de su destino, la danza de la muerte que el planeta Melancolía hará con la Tierra será como un monstruo capaz de hacerle ver que su vida, pese a las constantes mentiras con las que se ha empeñado en cubrirla (ayudada bastante por John), tendrá el mismo aterrador final que la de todos los demás. Y entonces, una oscilación entre la desesperanza y la resignación, harán de ella un campo de batalla cuando se acerque el inexorable momento final.

Melancolía I, 1514, Durero
Las referencias en el filme de Lars von Trier son, además de muy numerosas, de un alto grado de erudición. Entre las más visibles está la vertiente alemana, con Melancolía I, grabado de 1514 de Alberto Durero, que de inmediato recuerda el constante y fatal acercamiento del planeta por encima de un horizonte formado por el movimiento de una masa de agua, mientras que un ángel indudablemente femenino (y acaso rubio, como la propia Justine) lo mira de soslayo recargando la cabeza en la mano izquierda; o los grados musicales del preludio de Tristán e Isolda de Richard Wagner (que a su vez irá de la mano con el prólogo de la propia historia) y que cada tanto acompaña los altibajos emocionales de la cinta, así como la sarcástica mención a la Sinfonía n.º 9 de Beethoven. Pero también están los guiños ingleses a la locura de la Ofelia shakespeariana, a su interpretación pictórica por parte de John Everett Millais, o a la literatura del fin del mundo de H. G. Wells.

Ophelia, 1852, Millais
Melancolía esquiva con eficaz elegancia el lugar común de las películas de desastres –en las que las multitudes aterrorizadas y los espléndidos efectos especiales son los personajes principales– y se centra en dos perspectivas femeninas que se enfrentarán a un destino inapelable y desprovisto de contrapuntos masculinos, los cuales se disolverán de forma gris, cobarde e incluso un tanto miserable, sin dar forma a ningún heroísmo de cartón al estilo hollywoodesco, y cuyo único representante, el pequeño Leo, carecerá de un motu proprio y lo confiará todo a su tía, la única que podría poseer el elixir de la eternidad. Así, por un lado, la depresión de Justine será el sólido punto de apoyo de su estoicismo ante lo que se avecina; por el otro, los torpes intentos de autoengaño de Claire sólo servirán para hacer más angustioso o ridículo el momento postrero.

El final, anunciado hipnóticamente desde las primeras y deslumbradoras secuencias –y hay que recordar que desde entonces Von Trier hace acompañar a la película con fragmentos de Tristán e Isolda, que cada tanto lo cargarán todo con un peso emocional casi insoportable–, llegará como una especie de baño purificador a un planeta que ha servido de igual forma para engendrar la felicidad y la vileza y que, enmarcado ahora por la olímpica indiferencia del universo, borrará las huellas de ese error cósmico sin que importe lo más mínimo si acaso había algo que rescatar entre toda la acumulación de inmundicias. El resultado será una indescriptible experiencia sensorial, tras la que a uno no le queda más que pensar: si ya viene el fin del mundo, que al menos sea con música de Wagner.

Aquí el trailer oficial de la peli:



Acá el hermoso y terrible prólogo: