jueves, 29 de septiembre de 2011

Año bisiesto (2010), de Michael Rowe



Laura (Monica del Carmen) es una mujer proveniente de Oaxaca que vive sola en un departamento en la ciudad de México. Su vida discurre entre un trabajo (que realiza en casa) en una revista de negocios y una soledad cotidiana apenas sacudida por las visitas de su hermano, las llamadas telefónicas de su madre, y los encuentros nocturnos con algunos amantes fugaces. Pero todo lo hace con una especie de resignación maquinal, como si fuera una forma de pasar un tiempo que de cualquier forma ya no le pertenece. Además parece obsesionada con el mes de febrero, en particular ése que corre en el calendario, ya que será de un año bisiesto.

Así, en una de esas noches de amantes efímeros conoce a Arturo (Gustavo Sánchez Parra), con quien algo parece cambiar. Al menos así lo indica la intensidad sexual que ambos consiguen al follar. Una intensidad que nace del sadomasoquismo, ya que él la abofetea como parte del ritual amoroso, pero en cuanto el clímax se difumina, todo parece regresar a la normalidad. Sin embargo, habrá una barrera que nunca cruzarán: la de saber el pasado del otro.

Los días transcurren con interminable indolencia para Laura, que suele permanecer en pijama hasta tarde y comer cualquier cosa enlatada… pero Arturo, que comienza a hacerse asiduo a ella, la busca a cualquier hora de la noche con el único fin de follar. Así también, la intensidad del sadismo, por parte de él, y del masoquismo, por parte de ella, alcanzan cada vez niveles más altos, al grado de que en ciertos momentos la degradación y la humillación son sumamente feroces, aunque al momento posterior al clímax las cosas regresan a su cauce, charlan y ven televisión, él bebe whisky.

Así, casi sin querer se va acercando el 29 de febrero, ese día que se repite cada cuatro años y que tiene una importancia obsesiva en Laura, que verá en él una especie de liberación para todo el fastidio que ha acumulado en su existencia. Mas para ello necesitará precisamente de la afición al sadismo de Arturo, en lo que se vislumbra como una suerte de rito mortal para la última cópula.

Pese a la aparente carencia de recursos, Michael Rowe logra con Año bisiesto una película de una intensidad descomunal. La sensación de claustrofobia, o al menos de ocultamiento del exterior (casi todo sucede en el interior del departamento de Laura, con las cortinas cegando las ventanas pese a que se presiente un sol implacable del otro lado, y a que las únicas tomas de exteriores, en realidad son espacios interiores de sus vecinos) otorga aún más fuerza a la sensación de tristeza petrificada de la protagonista, quien, pese a no lograr cumplir su último sueño, no parece que vaya a empantanarse en una parodia de sí misma. Antes bien, tendrá que aceptar la idea de que la oscuridad no puede durar para siempre.