martes, 5 de julio de 2011

Los bastardos, de Amat Escalante


Jesús (Jesús Moisés Rodríguez) y Fausto (Rubén Sosa) viven al día en Los Ángeles como jornaleros migrantes. Junto con otros migrantes como ellos, esperan a diario en el mismo lugar a que lleguen gringos que necesiten algún servicio, de casi cualquier tipo, desde quienes buscan ayuda en campos de cultivo, pasando por los que requieren preparar el terreno para una construcción futura, hasta los que buscan perversiones eróticas o incluso cosas más siniestras, a costa de unos cuantos dólares y no pocas humillaciones.

Tal parece ser el caso de ellos dos. Aunque al principio del día limpian un terreno y efectúan una zanja para los cimientos de una construcción, algo se ve un poco raro, sobre todo en Jesús, quien todo el tiempo trae una mochila a sus espaldas. No se la quita ni siquiera para trabajar. Eso y que apenas sueltan palabra a los demás, sobre todo Fausto, que parece de talante demasiado tímido. Al terminar la faena Jesús llama por teléfono a su familia en México y promete enviar pronto algunos dólares. Después se separan de los demás para ir a comer.

Mientras tanto, una ama de casa (Nina Zavarin) come con su hijo adolescente, quien al parecer frecuenta drogas que lo hacen ver un tanto alienado. Ella también las frecuenta, aunque no delante de él. Cuando el hijo se va a pasar la noche con algún amigo, vemos a la mujer quedarse dormida frente a la televisión después de fumar algo con una pipa. Y justo a esa casa llegarán Jesús y Fausto, metiéndose sigilosamente por una ventana. Y cuando la mujer se da cuenta de que están frente a ella, nada puede hacer porque han sacado una escopeta, de cañón corto, si bien es cierto que nunca ejercen sobre ella la menor violencia.

Sin embargo, no hay dudas, está a merced de ellos, y así, la obligan a darles de cenar, más tarde se meten los tres en la alberca del jardín y también fuman esa droga que acostumbra la mujer. Regresan a la casa y, entre los vapores psicotrópicos, Jesús intenta follarla, a lo que ella en principio no se resiste, mas tampoco pone gran atención, al grado que pide ir al baño mientras Jesús está bastante ardoroso. Pocas palabras se intercambian los personajes, pero entre ellas la mujer pregunta si los mandó su marido para matarla, a lo que un tanto esquivo, Jesús responde que sí. Pese a la situación, ellos siguen sin ejercer violencia alguna, salvo la que la propia escopeta impone con su sola presencia. En algún momento, Jesús explora la casa, toma algunas cosas de valor, e incluso prende el videojuego portátil del hijo de la mujer.

Fausto y la mujer miran la televisión bastante soñolientos, con la pereza que les provoca la droga fumada a cada momento. La escopeta yace en la mesita de centro, al alcance de la mano. De pronto la mujer toma la escopeta con curiosidad más que con amenaza alguna. Sin embargo, el entumido Fausto reacciona con inusitada rapidez, y presa de una ira inaudita grita y patea la televisión hasta que la tira con estrépito. Acto seguido se planta frente a la mujer y le dispara a quemarropa, dejando terribles manchas de sangre en la pared. Todo se ha revuelto, el propio Jesús no cree lo que ha pasado. Ninguno de los dos lo cree. Van al baño. Fausto comienza a vomitar y culpa a Jesús por haberlo llevado a ese sitio. Jesús le dice, aún espantado por lo sucedido, que no debió matar a la mujer. En eso se aparece el hijo de la mujer, y también a quemarropa dispara sobre Jesús, que cae abatido. Después comienza a lanzar alaridos dementes mientras que Fausto consigue huir a la calle por la ventana del baño, presa del más enloquecido terror… En la última escena vemos a Fausto tiempo después, en plena cosecha de un campo de cultivo. Aún conserva el espanto de aquella noche, pero también se nota que será muy difícil sacarlo del silencio en el que suele reptar todo el tiempo…

Los bastardos es la segunda película del joven director mexicano-catalán Amat Escalante, de la escuela que Carlos Reygadas pusiera en boga desde hace unos años con su estética de tensa apacibilidad y personajes interpretados por gente común sin carrera actoral. Es una pieza impactante no tanto por la violencia, que suele ser aún más salvaje en cualquier película mediocre hollywoodense, sino por la forma en que todo se precipita hacia ella: desde una calma reconcentrada, después de mostrar con crudeza y objetividad, sin apenas palabras y desnuda de musicalización, la vida y padecimientos de los migrantes, además del énfasis puesto en aspectos no tan conocidos de su inevitable relación con los ciudadanos estadounidenses.