lunes, 13 de junio de 2011

Vete más lejos, Alicia (2011) – de Elisa Miller



Creo ser un tipo abierto para ver cine. Me gusta que las personas se arriesguen con tal de mostrar algún atisbo de sus obsesiones, de su forma de entender la vida. Estoy convencido de que el arte (esa cosa tan inútil y tan imprescindible en la humanidad) nació de la necesidad de mostrar aquello que aturde la propia existencia, y quizás lograr alguna empatía con alguien que haya sentido o padecido cosas semejantes.

¿Pero qué sucede cuando ese “arriesgarse” es una forma de encubrir ineludibles deficiencias con los ropajes de lo “experimental”? Vete más lejos, Alicia, primer largometraje de Elisa Miller, ha sido bastante consentida por la crítica desde su estreno en el festival Distrital 2011. Muchos coinciden en que fue un gran acierto que toda la cinta haya sido rodada siguiendo el hilo de una “intuición” y de una influencia literaria (La campana de cristal, de Sylvia Plath), sin un plan trazado y meditado, o para acabar pronto, sin un guión.

Así, vemos que Alicia (Sofía Espinosa), una chica de diecinueve años, recién abandonada la adolescencia, emprende un viaje hacia la Patagonia, adonde al parecer llegará a estudiar (no sabemos qué), y donde inevitablemente se encuentra con su propia soledad. Los diálogos están caracterizados por dos cosas: su total intrascendencia (cosa no tan grave para el desarrollo de los acontecimientos), y un volumen auditivo que los vuelve casi ininteligibles (ahí sí, error de producción). Durante casi una hora no pasa realmente nada, y de pronto todo estalla en un sensible dramón: la chica se siente tan sola (hay algunas escenas entrecortadas en las que alcanzamos a deducir que se acuesta con algún tipo en una borrachera), que se echa a llorar y llorar y llorar hasta que decide que ya se quiere regresar a México porque tanta soledad la ha asustado. Pero eso sí, no sin antes encontrar algo parecido al amor y contemplar un gigantesco y definitivo glaciar.

Visualmente Vete más lejos, Alicia es una cinta muy llamativa, quizás demasiado: al grado de que parece que Elisa Miller no podía dejar de buscar y encontrar tomas maravillosas. Pero sabemos que el cine no sólo debe ser visual (pese a quien considera, no sin ingenuidad, que decir que una cinta puede ser muy visual es una obviedad), no sólo la mirada se alimenta de lo que muestra la pantalla: también la inteligencia y la imaginación necesitan su alimento, y si éste no existe, ocupará por poco tiempo los aposentos de la memoria. Y desgraciadamente, ahí es donde Vete más lejos, Alicia peca de candidez. El afán de buscar con terquedad el lado visualmente bello de la sordidez o el fastidio, sin una verdadera sustancia que amarre tanta “hermosura”, hace que la película pierda densidad, se difumine como una voluta de humo.

No es culpa de Miller que se esté sobrevalorando tanto su encomiable intento. Incluso creo que su virtud radica precisamente en ese "arriesgarse" del que hablaba en un principio, lo que deja casi la certeza de que será una excelente cineasta en un futuro. Sin embargo, desde mi perspectiva debe dejar de lado las alabanzas fáciles de todos esos amantes de la imagen sublime y vacía y, con ese mismo espíritu aventurero, emprender proyectos que alberguen historias no tan descafeinadas.