lunes, 30 de mayo de 2011

Fresas salvajes (Smultronstället, 1957) de Ingmar Bergman



Isak Borg (Victor Sjöström) ha sido premiado con un doctorado Honoris Causa, gracias a sus aportes médicos en más de 50 años de ejercer su profesión. Sin embargo, un día antes de partir con rumbo a la universidad de Lund, en donde será condecorado, tiene una pesadilla en la que se encuentra con su propio cadáver en medio de una ciudad completamente vacía, en la que los relojes carecen escalofriantemente de manecillas. Bastante inquieto por semejante sueño, decide emprender el viaje en auto, antes que en avión, para malhumor de su añosa ama de llaves, con quien discute como si fuera su propia esposa. A dicho viaje se sumará su nuera Marianne (Ingrid Thulin), quien busca reencontrarse en Lund con Evald (Gunnar Björnstrand), su esposo (e hijo de Isak) después de haberse separado gracias a una discusión originada por su repentino embarazo.

En el trayecto pasarán por la casa de campo en la que Isak vivió sus años de infancia. Un lugar en el que crecían fresas salvajes y que su prima (la cual también fue su primer fracaso de amor) solía recoger para entregar como regalo a quien quisiera, y en donde Isak será testigo, a través de otra ensoñación, del nacimiento tanto de sus sueños rotos como de su posterior amargura.

Continuarán con el viaje y pronto recogerán a unos jóvenes que se dirigen a Italia. Ellos hablarán acerca de los problemas de las sociedades modernas y los a veces ingenuos sueños de la juventud, dando a Isak una suerte de atisbo a lo que pudo haber sido él mismo si hubiera decidido ser distinto. También se encontrarán con un matrimonio con serios problemas de comunicación, y finalmente harán una visita a la casa de la madre de Isak.

Así, a través de diversos sueños angustiantes, conocerá la inexorable manera en la que su vida se fue hundiendo en la indiferencia y el egoísmo, con lo que al llegar a Lund, tratará de redimirse antes de que su propia muerte finalmente lo alcance, con lo que parece demostrar que nunca es demasiado tarde para tratar de redimirse a sí mismo de la vacuidad y la soberbia, aun cuando han sido ejercidos minuciosamente durante toda una vida.