miércoles, 19 de enero de 2011

Somewhere (2010), de Sofia Coppola

Johnny Marco (Stephen Dorff) es un exitoso actor de hollywoodense que despacha su vida a través de innumerables excesos: derrocha su semilla (aunque lo mismo puede quedarse dormido en el momento crucial) con mujeres poco menos que desechables, entre frenéticas fiestas en las que el alcohol y otras sustancias manan en abundantes cantidades, y mediante la estéril velocidad con que acelera su Ferrari. Sin embargo esos excesos parecen tener la misión de ocultar un monstruoso aburrimiento existencial, en el que las palabras que manan de su boca carecen de peso o sustancia. Vive, o quizá sería mejor decir “vegeta”, en Los Ángeles, en el suntuoso Hotel Chateau Marmont, totalmente ajeno a lo que sucede en ese extraño mundo llamado “la vida real”.

Sin embargo, cada tanto convive con Cloe (Elle Fanning), su hija de once años, único fruto de un matrimonio fallido del que no se nos dan detalles, y que para Johnny representa el último lazo que aún lo vincula con la realidad. O al menos con cierta zona de nostalgia existencial en la que todo parece más sencillo y luminoso, sin las preguntas estúpidas de ciertos representantes de la prensa o los requerimientos, casi siempre sexuales, de las mujeres que admiran esa figura de cartón que ha tenido éxito en las pantallas, pero que en la intimidad muestra a un hombre más bien bajo de estatura, con una buena acumulación de carnosidad en el abdomen y un aire decadente en el rostro. Y es que Cloe aún vive de una forma prístina y suele ver en Johnny al ser humano que la vida le asignó como padre. Un bálsamo, digamos.

Un día la ex esposa de Johnny le avisa que necesita tiempo para sí misma, que se va de viaje y que le dejará a Cloe durante tiempo indefinido. La vida de Johnny dará un vuelco. No es lo mismo andar por allí solo, dejándose arrastrar por la inercia de la vida social hollywoodense, que traer a cuestas a su propia hija por aeropuertos y hoteles italianos, en programas igual de insípidos que los norteamericanos, pero con el terror constante que significa la carestía de palabras en inglés, y el silencio un tanto cargado de reproches de su propia hija que apenas intuye la cotidianidad de sus vicios. La coexistencia entre ambos se vuelve entrañable, quizá nunca antes habían estado tanto tiempo juntos, y por eso descubren que tal vez pueden llevar una vida “normal” de padre e hija. Por eso los miedos de Cloe y su posterior separación mostrarán a Johnny el espantoso tamaño de ese vacío que trataba de ocultar, tras cuya vista tendrá que ir hacia la nada en busca de alguien, de algo…

Si pienso en un elemento que empiece a ser característico del cine de Sofia Coppola, me quedo con el manejo del silencio. Eso al menos en las dos cintas en las que se percibe mejor su esencia (la otra es, por supuesto, Lost in Translation). No es un silencio pesado, lleno tan sólo de los elementos visuales que la cámara se obstine en mostrar, sino uno muy significativo, como si estuviéramos invitados a inferir los pensamientos de sus personajes a través de todo lo que callan. En Somewhere (aún hoy me sigo preguntando quién pone nombres tan viscosos como En un rincón del corazón para el título en español) el silencio es la manera de invitar al espectador para que ponga la piel de una narrativa que Coppola apenas nos presenta como esqueleto. Y aunque el final, ingenua o convencionalmente abierto, nos habla de una búsqueda post horror vacui, sabemos que la vida de Johnny ya no podrá discurrir por las mismas cornisas con esa misma inercia que manifestara en su anterior modo de vida.