jueves, 27 de enero de 2011

La vida secreta de las palabras (The Secret Life of Words), de Isabel Coixet

Hannah (Sarah Plley), una chica silenciosa y austera, se ve obligada a tomar unas vacaciones en la fábrica donde trabaja. Sin embargo, ella se las arregla para mantener ocupada su mente: encuentra un trabajo temporal como enfermera en una plataforma petrolera, donde hubo un accidente en el que murió un hombre abrasado por el fuego, y otro llamado Josef (Tim Robbins), sufrió varias quemaduras, así como una ceguera transitoria. No hay casi nadie en la plataforma, salvo un cocinero (Javier Cámara), un oceanógrafo encargado de contar el número de olas que puede soportar la plataforma, y algunos otros hombres cuya principal característica es una soterrada misantropía.

Y aunque de alguna forma todos buscan que el mundo los deje en paz, forman también un curioso grupo que convive en ese sitio clavado en medio de la nada como si estuvieran condenados a una casi inmóvil eternidad. Hannah, medio sorda, y Josef, medio ciego, romperán poco a poco sus máscaras de silencio y comprenderán que sus pecados y sufrimientos, descritos y escondidos a través de las palabras, podrían ser la argamasa para una nueva vida juntos. Aunque primero Josef deberá ser transferido a tierra firme una vez que sus heridas no parecen evolucionar favorablemente, con lo que vendrá una separación en la que Josef buscará a Hannah y se enterará de ciertos detalles trágicos de su pasado.

En La vida secreta de las palabras (The Secret Life of Words, 2005) Isabel Coixet explora el mundo íntimo de las personas mediante dos personajes que hacen empatía el uno con el otro a través de pequeñas historias que van hablando de sus propias miserias, y pese a que en algunos momentos están veladas por la tragedia o el cinismo, el humor del filme logra un equilibrio alejado del patetismo o la farsa, que además alcanza un tono de humanidad nacido de las insondables regiones de un amor carente de idealizaciones, pero no así de redención.