lunes, 10 de enero de 2011

Black Swan (Cisne negro), de Darren Aronofsky


Nina Sayers (Natalie Portman) siempre ha buscado la perfección en el ballet. Practica todos los días, hasta el cansancio, hasta el dolor, hasta llegar a la perfección. El ballet es su vida y ocupa cada pequeño rincón de su mente. Algo a lo que además ha ayudado su propia madre (Barbara Hershey), una ex bailarina, fracasada, por supuesto, en cuyo apartamento vive aún a sus veintiocho años, y que ejerce sobre ella un control y una presión que a veces llegan al agobio, a la asfixia. Y es que en ese afán por alcanzar la perfección, Nina padece manifestaciones físicas de su intenso nerviosismo, como por ejemplo una fea resequedad en la espalda, y la consiguiente ansia compulsiva por rascarla, hasta sacarse sangre.

Por esos días se avecinan cambios en la compañía de danza. Y así podemos ver cuán corta y dramática puede ser la vida profesional de las bailarinas, tal como lo experimenta Beth MacIntyre (Winona Ryder), quien durante cierto tiempo fuera la bailarina principal y que ahora será sustituida para la nueva temporada. De hecho es el propio director de la compañía, Thomas Leroy (Vincent Cassel), quien anuncia en una reunión de gala la “jubilación” de Beth (despertando con ello su despecho y poco después una tragedia) y el próximo montaje de su versión de El lago de los cisnes, el clásico de Tchaikovsky.

Las bailarinas, como es natural, hacen todo para obtener el papel protagónico, papel en el que la elegida tendrá que representar a Odette, el Cisne Blanco, lleno de dulzura, inocencia y fragilidad; pero también a Odile, el Cisne Negro, seductor, oscuro, astuto y apasionado.

Tras una reñida competencia, Nina es la elegida para el papel principal, con lo que parece materializar no sólo su propio sueño, sino también el de su madre. Y en verdad el Cisne Blanco se ajusta perfectamente a su naturaleza virginal y cándida, pero para lograr ejecutar el papel del Cisne Negro, tendrá que dejarse arrastrar, poco a poco, hacia una sensualidad desconocida para ella, encarnada con suma naturalidad por Lily (Mila Kunis), otra bailarina a quien verá unas veces como una aliada, y otras como una peligrosa competidora, lo cual la llevará a abrir, de par en par, la puerta de un tenebroso lado oscuro que la irá orillando a un abismo de locura del que le será muy difícil escapar.

Pese a la aparente insignificancia del argumento en Cisne negro (Black Swan, 2010), es decir, la búsqueda de la perfección artística en una disciplina escasamente popular como el ballet, Darren Aronofsky dota a la película de una deslumbrante profundidad psicológica, llena de oscuros espejismos e intensas obsesiones paranoicas, las cuales llevarán al espectador a un estado de perturbación constante que sólo podrá suavizarse al momento de la luz final, cuando se da cuenta que la única redención corresponderá al arte, desbordando con ello, una vez más, los moldes que muchos le han querido colocar a Aronofsky a través de las distintas piezas que constituyen su aún breve aunque ya muy reconocible filmografía.