
Pero, ¿dónde? Justo en la mansión donde trabaja Rosa, aunque sin decirle nada a nadie, ni siquiera a ella. El desván está poco menos que desierto, a no ser por las ratas y algunos otros bichos que lo acompañan, y es justo allí donde se instala José María, escondiéndose en las sombras en cuanto alguien se acerca, hurtando comida cada tanto, pero sobre todo, vigilando de cerca a Rosa, a quien ama con locura y que pronto se dará cuenta de que está embarazada.
Así, fungirá por algunos meses como testigo y algunas veces ángel guardián de la cotidianidad y desventuras de Rosa, que conseguirá el apoyo de su patrona (Concha Velasco) cuando le confiesa su embarazo, pero que se verá acosada sexualmente por el hijo de ésta (Àlex Brendemühl), uno de esos badulaques cuyo único oficio es sorber y desperdiciar el dinero de sus padres en fruslerías. Y aunque una noche José María conseguirá que deje de ser una constante molestia para Rosa, será ella misma quien precipite el destino de José María, si bien involuntariamente, con lo que él apenas conseguirá sobrevivir hasta el nacimiento de su hijo…
Pocas veces el espectador puede experimentar una desazón semejante como al observar Rabia (2009), tercera película del director ecuatoriano Sebastián Cordero. El minucioso seguimiento de un personaje que, si bien puede ser despiadado, al mismo tiempo posee una ternura ilimitada, todo mediante escenas oscuras y hasta cierto punto claustrofóbicas, hace que ciertos límites morales se vuelvan difusos, al grado de que “hacer lo correcto” puede ser tanto o más cuestionable que no hacerlo.