jueves, 16 de septiembre de 2010

Inception

La idea central del filme de Christopher Nolan parece sencilla, aunque en realidad encierre una diabólica complejidad: injertar una idea en el subconsciente de una persona con el fin de generar un sutil aunque determinante cambio en su actitud, el cual, dependiendo del grado de poder del sujeto, afectará en mayor o menor medida a quienes lo rodean. Además, la idea debe ser sembrada con tal profundidad, que parezca que el sujeto fue quien realmente la pensó, de otra forma la desechará como algo ajeno.

Y ese es precisamente el trabajo de Dom Cobb (Leonardo DiCaprio), fungir como un especializado ladrón de secretos a través del arma más potente para la mente humana: los sueños. Con la ayuda de poderosos sedantes e interconexiones tecnológicas, él y algunos aliados logran inmiscuirse en las densas capas de los sueños de poderosos magnates como parte de un nuevo paso en el espionaje industrial, todo para extraer algún valioso secreto custodiado por el subconsciente, o incluso para implantarlo en él, tal como se le requiere para la que podría ser su última misión. Si lo logra, podrá regresar a Estados Unidos y ver a sus hijos después de un malentendido y una vida de persecución policiaca; si fracasa, seguirá en su huida sin fin. Al menos eso es lo que le propone Saito (Ken Watanabe), magnate japonés que le pide originar una idea en la mente de Robert Fischer (Cillian Murphy), el hijo de su más grande competidor, para evitar un monopolio energético de tintes mundiales. Y así, aprovechándose de la muerte cercana del padre, se confabulan durante las más de diez horas de vuelo entre Sidney y Los Ángeles para injertarle la idea de dividir el corporativo usando la tensa relación de padre e hijo, a través de cuatro niveles de sueño en los que el tiempo y el espacio se dislocan cada vez más. Sin embargo, Cobb también tiene un secreto terrible encerrado en el subconsciente con relación a la extraña muerte de su esposa, y eso mismo se convertirá en la mayor debilidad no sólo para él mismo, sino quizás para toda la misión.

Inception (El origen) mantiene al espectador en tensión durante más de dos horas, sin embargo, creo que la originalidad de la trama (que ya hemos visto desarrollada en algunos comics u obras de ciencia ficción, o incluso en el célebre libro de Milorad Pavic Diccionario Jázaro) se ve opacada por la obsesión hollywoodense de hacer una aventura bélica de cualquier historia, o bien hacerla dramosa hasta la exasperación. De esta forma, el exceso de escenas de disparos diluyen los cabos sueltos del filme, como por ejemplo, qué hace un gigantesco magnate de negocios viajando en un avión comercial y no en un jet privado (aunque en primera clase, eso sí), o también una explicación, aunque sea superficial, del funcionamiento de la dichosa tecnología que utilizan los espías. Pero como los efectos especiales del filme son deslumbrantes casi en todo momento, seguramente pocos se fijarán en ello.