lunes, 2 de agosto de 2010

Los límites del control


Un hombre solitario (Isaach De Bankolé) vestido elegantemente llega a Madrid. No habla más que lo estrictamente necesario, y por lo general intercambia una vieja caja de fósforos con algún interlocutor extraño que, casi siempre, antes que cualquier otra cosa, le pregunta: “¿Usted no habla español, verdad?”, para enseguida continuar con un monólogo en el que le hilvanará parábolas a partir de tópicos como el cine, la música, la ciencia, las drogas o inclusive la bohemia. Cuando el hombre abre la caja de fósforos, ésta suele traer un papelito con un mensaje cifrado que él examina atentamente. Más tarde se lo mete a la boca y lo traga con ayuda de un sorbo de café expreso. Así hará con todos los mensajes encontrados, los cuales irán formando las constelaciones de su recorrido, desde Madrid, en donde incluso acude al museo Reina Sofía para contemplar algunos cuadros, siguiendo hacia Sevilla y algún otro pueblo andaluz, donde el intercambio de cajas y mensajes seguirá a través de “tablaos”, calles y cafés, hasta que finalmente el hombre llegará a un lugar un tanto inhóspito en el que encontrará la resguardada mansión de lo que parece ser un magnate (Bill Murray), quien será el único en recibirlo de manera hosca, y por tanto, será el receptáculo de esa muerte que el hombre solitario cargaba como misión.

Pero también podría no ser así. Porque en este trabajo de Jim Jarmusch estamos ante un enigma en todo momento, un enigma acaso terrible o acaso fútil, pero siempre un enigma. El hombre, incluso tentado en su habitación por una bellísima mujer desnuda, conserva siempre la calma, se acuesta vestido y no parece cerrar nunca los ojos, como si ni aun el alba o la noche tuvieran la facultad para sorprenderlo descuidado. Y la frase que se repite a lo largo del film (algo así como “Aquel que se cree mejor que los demás debería estar en el cementerio para conocer la realidad”) será el tañido de una campana que rebotará todo el tiempo mostrando y escondiendo al mismo tiempo el sentido del film.

Visualmente, y gracias a la fotografía de Christopher Doyle, Jim Jarmusch hará de Los límites del control (The Limits of Control) una verdadera joya. Pero el cine no es sólo visual, y el ritmo, en cambio, será como una interminable carretera recta en un día de aplastante calor, y aunque el cimiento en el que se fundamente este film es el enigma, y ese enigma es constante en todo momento, también es cierto que se disuelve en muchos instantes con los mencionados alargues, con lo que es casi seguro que a uno se le vaya la cabeza hacia otros lugares que posiblemente nada tengan que ver con la película.