martes, 11 de mayo de 2010

El elemento del crimen (Forbrydelsens element), de Lars Von Trier


Fisher (Michael Elphick) es un detective retirado que ha regresado a El Cairo (ciudad en la que viviera por 13 años, y en la que incluso contrajo matrimonio) para tomar una terapia de hipnosis que le ayude a tratar las horrendas jaquecas adquiridas gracias al caso que trató de investigar en los dos últimos meses, durante los cuales permaneció en una ciudad europea de la que no se nos dicen más detalles, con lo que “Europa” completa se volverá un símbolo de perversión y decadencia. Y es que un asesino serial tasajeaba a sus víctimas (todas mujeres jóvenes, además de vendedoras de billetes de lotería) de la misma forma milimétricamente salvaje y obscena. Por tanto Fisher acudirá a Europa por invitación de Kramer (Jerold Wells), el estúpido jefe de policía, normalmente ocupado en reprimir con lujo violencia a la población y en hacer de sí mismo un objeto de culto. Ahora bien, en ese tiempo, son pocas las cosas que desea ver en esa Europa decadente a la que regresa, y entre ellas destaca Osborne (Esmond Knight), su antiguo maestro y autor de un revolucionario libro de investigación policíaca llamado El elemento del crimen, en el que explica un método, un tanto peligroso, en el que se hace empatía con la mente del criminal para resolver ciertos casos.

Para desgracia de Fisher, parece que Osborne se ha vuelto loco, o al menos eso es lo que aparenta, no obstante, en sus ratos de lucidez trata de disuadir a Fisher para que no use el método expuesto en El elemento del crimen (que Fisher conoce muy bien, ya que lo tradujo al egipcio), en su búsqueda de un tal Harry Grey, quien, según Osborne, murió ante sus propios ojos, y por tanto no podría ser el asesino serial. Sin embargo, los métodos utilizados en las chicas de la lotería son exactamente los mismos que usara Grey, con lo que Fisher sospecha que sigue vivo y que, por alguna extraña razón, el propio Osborne no desea que Fisher lo encuentre.

Así, Fisher comenzará a ir a los mismo lugares que Grey, follará con la misma prostituta asiática (Me Me Lai) e incluso tomará la misma medicina antimigrañas, todo para reconstruir paso a paso el único caso documentado que tiene en sus manos, investigado por Osborne. Sin embargo, con el paso de los días, Fisher comenzará a experimentar irritaciones sin motivo, paranoias, y se dará cuenta de que su propia vida parece imitar inexplicablemente las vivencias que Grey tuviera tres años antes. Y cuando parece que podría atrapar finalmente al asesino, para lo cual incluso se vale de un señuelo, es decir, de una chica de la lotería que él mismo se encargará de proteger, Fisher se estrellará de bruces contra una verdad que yacía en el fondo de su subconsciente, ya que el método de Osborne hace que el propio detective se convierta en el asesino. Así, cuando su maestro se da cuenta de que Fisher ha llegado a ese punto y sabe que ha tenido que asesinar a la chica, Osborne se suicida y da a entender al no muy inteligente Kramer que él mismo fue el asesino serial, con lo que un trastornado Fisher regresa a El Cairo para tomar una terapia de hipnosis que le ayude a tratar las horrendas jaquecas adquiridas gracias al caso que trató de investigar en los dos últimos meses, durante los cuales permaneció en una ciudad europea…

Con un magistral derroche de estilo visual, lleno de escenas sofocantes y pesadillescas (gracias a que todo el film está virado hacia el naranja y el rojo, y las metáforas visuales nacen sin parar, escena tras escena), El elemento del crimen, de 1984 (Forbrydelsens element, en danés o The element of crime, en inglés), es la versión de Lars Von Trier de una película negra, en la que, más que la ya de por sí fulgurante anécdota metaficcional, en la que de pronto el espectador se ve atrapado en un enloquecido juego de espejos, la forma de presentarla es lo verdaderamente innovador, pues si bien para algunas personas no habituadas a su estilo, completamente alejado del “pan con lo mismo” de Hollywood, podría ser una película cansada (en la que algo curioso es que nunca aparece una toma abierta con el cuerpo de las víctimas), cada toma y cada diálogo están tan perfectamente cuidados que bien podrían ser por sí mismos obras de arte sin ningún problema.