jueves, 23 de julio de 2009

El luchador (The wrestler), dirigida por Darren Aronofsky

Randy "The Ram" Robinson es un luchador profesional cuyos mejores años se sitúan en la década de los ochenta, cuando fue una de las estrellas más grandes del espectáculo de la lucha libre en los Estados Unidos. Tanto así que incluso inspiró un videojuego en la primera consola de Nintendo y un muñeco de acción, los cuales usará, al igual que los añejos recortes de diarios que tiene diseminados en su furgoneta, para recordar sus viejas glorias. Sin embargo, veinte años después es sólo una sombra de sí mismo, un viejo que respira afanosamente, un tanto sordo, y que se gana el pan de cada día con luchas de exhibición en gimnasios de baja categoría, con las que apenas logra obtener los dólares suficientes para pagar la renta de su mísero remolque. El resto del dinero lo obtiene entre semana como afanador en una tienda departamental en la que no es nadie, salvo un montón de músculos ajados que sirven para mover cajas de aquí para allá.

Al terminar una lucha vesánica en la que emplean desde engrapadoras hasta alambres de púas o mesas de cristal, todo con tal de brindar un espectáculo más intenso al público, Randy sufre un ataque al corazón del cual apenas logra sobrevivir. Después de ello los doctores le aconsejan no volver a luchar, a menos de que esté dispuesto a salir con los pies por delante. Entonces, pese a que la lucha es lo único que da sentido a su existencia, Randy decide retirarse, e incluso consigue empleo como despachador de embutidos en la misma tienda en la que solía cargar cajas, acallando los rugidos de la multitud que habitaban sin cesar en su mente, y dirigiéndose hacia sus últimos días en medio de una vida sin sobresaltos. Además, al saberse tan cercano a la muerte, decide buscar a su propia hija, de la que no había vuelto a saber desde hacía muchos años, con el fin de reconciliarse con ella y recuperar un poco del tiempo perdido.

Y todo parece tomar un cariz sensato en adelante, porque incluso vislumbra la posibilidad de que Pam (su amiga stripper que bajo el nombre de Cassidy, naufraga como el propio Randy en la decadencia de sus más de cuarenta años, provocando las burlas de adolescentes derrochadores de testosterona, y que en la vida cotidiana es la anónima madre de un niño de 9 años) podría ser la compañía perfecta para desterrar esa soledad que los acosa a ambos. Sin embargo, huir de la falsedad del mundo de los reflectores no es tan fácil para ninguno de los dos. Y así se lo hace ver la propia Pam la noche en que él le sugiere que comiencen juntos una nueva vida completamente alejada de lo que habían sido hasta entonces. Es decir, lo trata sólo como un cliente más, despedazando cualquier ensoñación que pudiera haber nacido en los anhelos de Randy. Molesto y decepcionado, Randy regresa al gimnasio, aunque esta vez como espectador, y al final se va de juerga con sus antiguos compañeros, lo que ocasionará que esa nueva vida que recién nacía en él, se precipite a las cenizas. Debido a los excesos de la noche anterior, llegará tarde a una cita con su hija, quien no querrá volver a verlo jamás, y Randy, presa de la desesperación, aceptará una última función de gala en homenaje a aquella lucha mítica que le brindara sus únicos momentos de gloria veinte años atrás. Él sabe que esa lucha puede significar su muerte, y acaso por ello se despide de sus adorados fans en un breve discurso antes de que todo comience. Y ni siquiera la llegada de una arrepentida Pam poco antes del inicio hará que cambie de opinión. Para esas alturas su destino ya está marcado por la ineludible fuerza de los sueños que se van...

Con El Luchador (The Wrestler), estamos ante un Darren Aronofsky más contundente y maduro como director (después de la engañosa La fuente de la vida de 2005), en una película que explora con crudeza y sin artificios de ningún tipo, las profundidades del destino y la naturaleza humana de una serie de personajes que se saben inevitablemente perdedores, pero que aún son capaces de darlo todo por un sueño, por más fatídico que éste sea.