sábado, 11 de julio de 2009

El arte de llorar en coro (Kunsten at græde i kor)


Un granjero que por las noches es invadido invariablemente por la tristeza y la autocompasión. Una esposa que no soporta más esos chantajes emocionales y que decide tomar un somnífero a la hora de dormir para ausentarse de los gemidos nocturnos de su marido. Una adolescente que es obligada a ofrecer su propio cuerpo en sacrificio para aliviar la tristeza de su padre, sin que a nadie le importe mucho que ello la arrastre a los umbrales de la locura. Y un niño que hará todo por conseguir que su padre esté contento, incluso obligar a su hermana a que haga "eso" que lo alegra por las noches, aunque ni siquiera sepa bien de lo que se trata. Si sólo supiéramos eso, seguramente la trama de esta magnífica película podría parecer inundada de patetismo. No es el caso. Porque a pesar de la dureza de los temas (abuso infantil, locura, chantaje emocional) el tratamiento del danés Peter Schønau Fog en su opera prima brinca entre el humor negro y la tragedia, lo que provoca que el espectador pase de un estado de gélida atención, a la risa nerviosa, helada.
Y es que el pequeño Allan no soporta las invariables escenas nocturnas de su padre, en las que siempre amenaza con matarse. Hace todo lo que puede con tal de ayudarlo a ser feliz, al menos transitoriamente, incluso le sirve como espía cuando Sanne, su hermana, comienza a salir con un chico de su edad y, sin saberlo, hace que el chico sea llevado preso por el supuesto abuso de la menor. O también le reza a su angel de la guarda para que mate a Budden, el agresivo competidor de su padre y así éste pueda hablar conmovedoramente durante el funeral (algo que le encanta, pues parece no concebir nada más agradable que hacer llorar a los demás, lo que también sale a relucir en otro par de funerales). Y aunque el hermano mayor de Allan, un estudiante de arquitectura que ya vive con su mujer, le pide que le avise cuando el padre de ambos nuevamente quiera abusar de Sanne, el niño no comprende bien a lo que se refiere y sigue empecinado en que su hermana debe hacer feliz a su padre. Y sólo cuando ella es finalmente trasladada al hospital psiquiátrico, después de confesar que ha provocado el incendio en el que murió su abuela (es decir, una venganza en la que le quitó la madre a su propio padre, ya que éste le había quitado la posibilidad de ser una chica común que sale con chicos), y el propio Allan decide que hará lo que ella hacía, sólo entonces comprenderá la repugnancia de su hermana, e incluso le ayudará a huir de su padre que, acorralado por los acontecimientos que él mismo ha contribuido a generar, no será capaz de llevar a cabo eso que tanto amenazaba con hacer: finiquitar su existencia mediante el suicidio.
Lo dicho, el extraño humor salva la película de convertirse en un dramón, algo que ya existía desde la novela homónima de Erling Jepsen, en la cual se basa. Y termina siendo una de esas opciones de cine que no se pueden dejar pasar. Algo en verdad no tan común.